19 diciembre 2017

Descubriendo

Con el tiempo descubri que tu pasion por cambiar el mundo abarcaba grandes extensiones, inmensas. Pero eran tierras lejanas. Era un inmenso desierto y yo el granito de arena. Ese chiquito que se escurria entre tus finos dedos y se perdía en la inmensidad,  desapercibido. El mundo afuera necesitaba de vos. De tu lucha. Y yo me quedé con la capa y la espada, adentro de un castillo de cartas, callada (y cobarde). Estaba convencida que los grandes cambios surgian de los pequeños actos. Ya no lo sé. Y me quedé mucho tiempo esperando que el mundo de afuera en algún momento no fuera tu principal batalla, y se me desafiló la espada. Y un día volviste con otros estandartes y descubrí, sangrando, que vos no batallabas en pequeños campos. Y así, chiquita, con la capa deshilachada, asumí la derrota. Me fui lejos. Lejos. Lejos. Porque creía que escapando de vos todo iba a calmarse. Pero no. Un ejército de malas coincidencias se atrincheró en el camino y tuve que inventarme una armadura. Y acá estoy. La espada no corta, la capa no cubre y (para colmo) acabo de descubrir que la armadura es de papel.

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