El dolor. El miedo.
Sé que estuvieron.
Me hubiese gustado tener el poder de absorberlos.
De darte un abrazo lo suficientemente fuerte como para hacerlos desaparecer. Pero no pude. Tuve que aprender a ser espectadora en esa parte. A lidiar con la desesperación de no hacer nada. De no poder hacer nada. De pararme a tu lado y susurrarte con un hilo de voz que podías irte. Y darme cuenta que me hacías caso. Como una última concesión. Y por primera vez no supe qué hacer. Me quedé ahí mirándote. Sabiendo que se había terminado. Y algo se rompió en alguna parte de mi, pude sentirlo. La última gota de fé se explotaba contra el piso. Y a partir de ahí, todo se volvió menos lindo. Menos posible. El mundo sin vos sigue girando, pero cuánto ruido hace ahora.